Una simple manzana…
En un pequeño pueblo rodeado de campos verdes y montañas majestuosas, vivía una anciana llamada Doña Rosa. Doña Rosa era conocida en todo el pueblo por su bondad y generosidad. Todos los días, cocinaba deliciosas comidas para los vecinos que necesitaban ayuda y siempre tenía una sonrisa y unas palabras amables para compartir.
Un día, mientras caminaba por el mercado del pueblo, Doña Rosa encontró una manzana roja y brillante en el puesto de un granjero. La manzana era la más perfecta que había visto en mucho tiempo, y la dulce fragancia que desprendía llenó su corazón de alegría.
Decidió comprar la manzana y llevársela a su vecina, la señora Marta, que estaba enferma y necesitaba algo para levantarle el ánimo. Con cuidado, Doña Rosa envolvió la manzana en un pañuelo y se dirigió a la casa de la señora Marta.
Al llegar, la señora Marta recibió a Doña Rosa con una sonrisa débil pero sincera. Doña Rosa le entregó la manzana y le contó cómo la encontró en el mercado y pensó en ella de inmediato. La señora Marta, con lágrimas en los ojos, agradeció a Doña Rosa por su amabilidad y gesto de generosidad.
Juntas, compartieron la manzana roja y brillante, disfrutando de su dulzura y del calor reconfortante de la compañía de la otra. Durante ese momento, la señora Marta se sintió mejor que en días, y Doña Rosa también sintió una gran alegría al ver el efecto que su pequeño acto de generosidad había tenido en su vecina.
Desde ese día en adelante, la manzana se convirtió en un símbolo de la generosidad de Doña Rosa y de la importancia de compartir lo que tenemos con los demás. En todo el pueblo, la historia de la manzana de la generosidad se contaba una y otra vez, recordando a todos la importancia de ayudarse mutuamente y compartir la bondad en el mundo.
Y así, la pequeña manzana roja se convirtió en un recordatorio eterno de que incluso el gesto más pequeño de generosidad puede hacer una gran diferencia en la vida de alguien.