La manzana mordida
En esta nueva entrega de “Otras Grandes Manzanas”, en la que os contamos las huellas que ha ido dejando esta deliciosa fruta a lo largo de nuestra historia y evolución, vamos a hablar de la manzana mordida. No, no nos estamos refiriendo a la famosa manzana con la que la malvada bruja envenenó a Blancanieves. Esta vez, dejamos de un lado los mitos y los cuentos para hablaros de Alan Turing, un matemático que ayudó a ponerle fin a la Segunda Guerra Mundial.
Para explicar su historia nos vamos a trasladar a principios del siglo XIX. El británico, Alan Turing, nació el 23 de junio de 1912. Durante su formación, y con tan solo 16 años, fue capaz de comprender el trabajo del físico alemán Albert Einstein, lo que ya indicaba que sería un genio cuyo nombre entraría en la historia.
Cinco años después de que Turing se licenciara en matemáticas por la Universidad de Cambridge, el 3 de septiembre de 1939, Gran Bretaña entró en guerra con Alemania, fue entonces cuando su vida dio un vuelco al ser contratado como criptólogo por el ejército británico en una instalación militar ultrasecreta conocida como Station X. El encargo de Turing era intentar descodificar los mensajes que enviaban los alemanes a través de un sistema de cifrado, resultado de una máquina desarrollada por los nazis llamada Enigma. La dificultad que abordaba Turing era que, a través de Enigma, los alemanes cambiaban diariamente su sistema de cifrado a las doce la noche, por lo que, junto a su equipo, debía trabajar a contrarreloj para desarrollar un sistema que fuese capaz de desencriptar los mensajes enviados por los alemanes antes del final de cada día.
Junto a su amigo matemático, Gordon Welchman, Turing desarrolló, entre finales de 1939 y mediados de 1940, una máquina bautizada como Bombe. La máquina eliminaba un gran número de probables claves de Enigma, minimizando así las posibilidades. A principios de 1942 se llegaron a descifrar alrededor de 40.000 mensajes, llegando más adelante a descodificar dos por minuto, lo que supuso la caída del ejército alemán.
Según Winston Churchill, el Primer Ministro del Reino Unido durante la guerra, el trabajo que realizó Alan Turing ayudó a reducir entre dos y cuatro años la Segunda Guerra Mundial, salvando de esta manera alrededor de 14 millones de vidas.
Por sus méritos, en 1951, Turing fue elegido miembro de la Royal Society de Londres. Sin embargo, su vida cambió drásticamente, ya que tan solo un año después fue acusado de “indecencia grave y perversión sexual”, por el simple hecho de ser homosexual. Para evitar la cárcel, el matemático decidió someterse a una “terapia” de castración química para reducir la libido.
Tres años después, 7 de junio de 1954, el cuerpo sin vida de Alan Turing fue hallado junto a una manzana a medio comer que estaba recubierta de cianuro. Oficialmente la causa de su muerte fue el suicido, no obstante, las investigaciones realizadas nunca arrojaron pistas claras. Eso dio pie a varias teorías conspiratorias que decían que podrían haber sido los propios servicios secretos británicos los que acabaron con la vida del matemático, ya que lo consideraban una amenaza por sus conocimientos, y porque existía el peligro de que fuera reclutado por los soviéticos.
Va a ser verdad lo que dicen, que no todos los héroes llevan capa… Esta es la historia de alguien brillante que ha ayudado a poner fin a uno de los acontecimientos más oscuros de nuestra historia. Por ello, nos surgen varias preguntas… ¿Qué hubiera pasado si nadie hubiera sido capaz de descifrar Enigma? ¿Qué más grandes aportaciones habría hecho Turing al mundo si su vida no hubiera terminado a los 41 años?
En este post, desde Manzanas Envy hemos querido darle a Alan Turing el reconocimiento que se merece explicando otra de las huellas que han dejado las manzanas en nuestra historia, pero tranquilos, aún nos quedan muchas más que contar.