La manzana dorada o de la discordia
Como ya os comentamos en el post de presentación de “Otras Grandes Manzanas”, la manzana ha sido capaz de inspirar a personalidades de múltiples ámbitos, como la literatura, el arte, la ciencia o las matemáticas. Este fruto esférico y delicioso ha ido dejando huellas a lo largo de nuestra evolución, y precisamente de estas os vamos a ir hablando en este apartado.
Para esta primera historia, en la que la manzana es la protagonista, nos vamos a trasladar a la antigua Grecia, aquel gran imperio en el que a través de los mitos se intentó dar respuesta a los grandes interrogantes de la humanidad, como por ejemplo los orígenes del mundo. A través de las vidas y aventuras de una amplia variedad de dioses, héroes y demás criaturas mitológicas se daban explicaciones a algunas de esas dudas existenciales.
En varios pasajes de la mitología griega aparece, lo que los griegos llamaron, la manzana dorada o de la discordia y, a continuación, os vamos a contar uno de estos.
El Jardín de las Hespérides
En los mitos griegos se hablaba de un bello lugar llamado el Jardín de las Hespérides situado en un rincón lejano de occidente, aunque el lugar preciso no está muy claro. Algunos lo situaban en las montañas de Arcadia, otros en la cordillera de Atlas de Marruecos y también estaban aquellos que creían que se hallaba en una isla perdida. Este jardín era el huerto de la diosa Hera, la protectora de las mujeres y del matrimonio, y en él solo había un único árbol de manzanas doradas que, según decían, eran capaces de otorgar la inmortalidad.
El árbol había sido un regalo de boda que Hera había recibido de parte de la Madre Tierra, Gea, quien encargó su cuidado a las tres ninfas de Occidente (Hesperetusta, Egle y Eritia), las hijas del titán Atlas que fue condenado por Zeus a cargar el cielo sobre sus hombros. Sin embargo, el Jardín de las Hespérides se volvió un bien muy preciado por Hera por lo que no confió en la labor de protección de las ninfas y decidió custodiar el árbol con Ladón, un dragón de cien cabezas que enroscaba su cola en el tronco y que jamás dormía.
Cuando Heracles fue castigado por Hera, que lo odiaba por ser el resultado de una aventura amorosa de su marido Zeus, esta le obligó a realizar doce trabajos encomendados por Euristeo, rey de Argólida. El encargo número once fue robar las manzanas doradas del Jardín de las Hespérides. Después de varias travesías Heracles se encontró con el titán Atlas y éste le dijo que él sabía dónde encontrar el jardín de Hera y que sería él mismo el que le traería las manzanas a cambio de sostener los cielos mientras tanto.
Como le prometió Atlas este regresó con los preciados frutos matando al dragón guardián. Sin embargo, al volver no quiso continuar con su condena de cargar los cielos y le ofreció a Heracles que él llevaría las manzanas a Euristeo, pero Heracles le engaño pidiéndolo que le sujetase el cielo un momento para poderse colocar su capa, a lo que Atlas accedió. Fue entonces cuando Heracles tomó las manzanas doradas y se marchó. Heracles fue el único capaz de robar las manzanas, aunque él no fue quien las recogió. Lo mitos cuentan que tiempo después Atenea, la diosa de la guerra, tomó las manzanas y las devolvió a donde pertenecían, al Jardín de las Hespérides.
Este es solo uno de los pasajes en los que aparecen las manzanas doradas, pero quedan más por contar. Sí queréis conocer más acerca de estas huellas que han ido dejado las manzanas en nuestra historia no os podéis perder nuestro próximo post de “Otras Grandes Manzanas”.
De tanto hablar de manzanas ¿no os ha entrado unas ganas tremendas de comer una? A lo mejor no son doradas, pero sí de un rojo intenso y seductor, con un sabor y crujido inigualable. Efectivamente, estamos hablado de nuestras Manzanas Envy.