El sueño de Matilda
“Que descanses”, le dijo su mamá, como cada noche, mientras la arropaba y apagaba la luz. Pero Matilda no la oyó porque ya se había quedado dormida. Estaba a punto de tener un sueño de lo más increíble…
¡Plof!
Matilda aterrizó de repente sobre la rama de un árbol de manzanas gigante, ¡el más grande que jamás se ha visto! “¿Cómo es posible que un manzano sea tan grande?”, se preguntó al ponerse de pie en la enorme rama. Y empezó a explorarlo.
“¡Uaaau, enormes!”, gritó sorprendida al ver las hojas del árbol. Pues eran del tamaño de las sábanas de su cama.
Su grito llamó la atención de una simpática ardilla que estaba acabando de ordenar su nido.
“¡Pues ya verás cuando veas la manzana!”, dijo la ardilla. “Es tan grande como un…mmmm…¡elefante!”. Y Matilda se echó a reír.
“¡Sí, sí! Y tan roja como un… ¡Ferrari!, ¡o más!”, siguió la ardilla. Matilda le escuchaba muy atenta y sorprendida.
“Pero lo mejor de todo es su sabor. ¿Quieres probarla?” Matilda no dudó, pues la manzana era su fruta favorita, así que siguió a la ardilla.
“¡Aquí la tienes!”, exclamó orgullosa la ardilla. “Ahora tengo que ir a acabar de ordenar mi nido. Puedes comerte un trozo, pero es muy importante que no te la acabes porque tengo invitados esta noche y les quiero preparar un sabrosísimo postre de manzana.”
Matilda le respondió que por supuesto, que así lo haría. Y cuando la ardilla desapareció tronco arriba, Matilda dio un bocado a la manzana y, sin duda, ¡era la mejor que había probado!
Era tan deliciosa que siguió comiendo y comiendo, olvidando por completo lo que la ardilla le había pedido. Se comió más de la mitad y enrolló el resto de la manzana en una de las hojas del manzano para llevársela a casa. “¡Así seguiré disfrutándola!”, se dijo.
“¡Pero qué has hecho, Matilda!”, gritó desde lejos la ardilla, muy triste al ver que no quedaban ni las semillas de la manzana. Matilda se puso tan nerviosa que, sin saber por qué, saltó del árbol con la hoja y… ¡plof!, apareció de nuevo en su cama. Muy avergonzada y, además, sin la hoja ni el resto de la manzana.
Matilda quería volver a disfrutar ese sabor único, así que no perdió ni un segundo y empezó a buscar manzanas por todas partes. Probó todas las que encontró en casa, en el colegio, las de sus amigos… pero ninguna sabía igual. De hecho, para ella, ¡todas las manzanas habían dejado de tener sabor!
Días después, Matilda estaba muy triste. Como ya no podía disfrutar de su fruta favorita, había entendido cómo se debían sentir la ardilla y sus invitados al quedarse sin manzana.
Así que decidió pedir ayuda. Le contó a su mamá lo que había sucedido en su sueño y ella le propuso algo: “¿Y si esta noche vuelves al árbol y le pides disculpas a la ardilla?”
Esa noche, Matilda no tardó en quedarse dormida. Y, ¡plof!, de nuevo apareció en aquel árbol gigante junto a la hoja donde había guardado la manzana. Y, a toda prisa, se dirigió hacia el nido de la ardilla y llamó a la puerta.
“¡Oh! Pensaba que no volverías.”, le dijo la ardilla, muy sorprendida y con una sonrisa de oreja a oreja.
“Señora Ardilla, siento mucho lo que hice…”, respondió Matilda, cabizbaja y arrepentida.
“Sabes, todavía estoy a tiempo de preparar el postre para mis invitados. Así que, ¡muchas gracias, Matilda!”, contestó la ardilla mientras cogía la hoja gigante y arrancaba un trozo de manzana para dárselo a Matilda.
Y feliz por haber corregido su error y con su trozo de manzana, Matilda se despidió de la ardilla.
¡Plof! Al despertar, oh, el trozo de manzana no estaba…
Matilda salió disparada de la cama hacia la cocina, donde encontró un bol repleto de manzanas tan rojas y perfectas como las del árbol. Y sin pensarlo dos veces, le dio un buen mordisco a una de ellas. ¡El sonido del crujido fue tan fuerte que se escuchó desde el mismísimo árbol!
“¡Oh, qué bien!”, exclamó Matilda muy contenta. Las manzanas no solo habían recuperado su sabor, sino que además, ahora, estaban tan increíblemente buenas como la manzana del árbol de su sueño.
FIN